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¿Por qué escojo mal a los hombres? Razones

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Este artículo que vamos a exponer en las próximas líneas pertenece a una chica psicóloga llamada Carmen, que ha querido colaborar con el blog mandándonos un artículo donde tratará un problema muy común en muchas mujeres actualmente cuando piensan que seleccionaron mal a su compañero de viaje en el amor. Ahora sí que sí; con todos ustedes…¡Carmen García!

Acepto que, muy frecuentemente, se me ha señalado como feminista pues una gran parte de mis artículos van dirigidos a tocar temas que supuestamente pertenecen en exclusiva al campo del género femenino; no obstante, en mi defensa argumentaré que seguramente se deba a que mi trabajo como psicoterapeuta se ha visto enfocado prácticamente al sector femenino en su totalidad. Son mujeres las que en un porcentaje muchísimo mayor, asisten a mis sesiones a diario. Entonces podría decirse que ahí reside una gran parte de mis conocimientos y también inclinación. Y este artículo no va a ser la salvedad. Quizás el interrogante que además usé para dar nombre a este artículo, sea la más añosa cuestión que ha acosado al espíritu femenino (y desde entonces asimismo a ciertos varones), desde el instante en que hombre y mujer se miraron y decidieron formar parejas. El deseo de compartir la vida –por lo menos en algún instante- con la contraparte, es entre las necesidades más vitales que hay en las personas. En verdad es un factor indispensable  a fin de que, como especie, hayamos conseguido continuar tanto tiempo en la cima de la evolución. Como lo mentaba Arthur Schopenhauer: “La naturaleza nos dotó de una trampa deliciosamente idónea para sobrevivir como especie, y esa trampa lleva por nombre enamoramiento”. Si no hubiese enamoramiento, no habría interés por la posible pareja, y sin ese interés la procreación no sería posible y llegaría la extinción de nuestra especie. El enamoramiento es lo que –de forma biológica y en su origen- nos lleva a formar pareja con el sexo opuesto (o bien exactamente el mismo sexo); mas este mecanismo a pesar de ser el más impactante de todos y cada uno de los que se refieren al romance, es el más ilusorio. En sí, el enamoramiento es un estadio que sirve para ocasionar una ceguera y insensatez hormonal que provoca que seamos receptivos a la unión con el otro… si bien a veces, el otro no sea lo más indicado para nuestro bienestar sensible. Esta es la razón por la cual nos volvamos ciegos y locos en él, se puede decir que en esta etapa dejamos de ver lo que sí es por estimar ver lo que queremos.

Locura hormonal, la razón química

Cuando conocemos a alguien –o más particularmente en un caso así, conoces a un hombre-, se pone en funcionamiento todo el mecanismo químico preciso para el romance. Esto es la liberación de hormonas precisas por la parte de tu cerebro a fin de que te sientas “en las nubes” y pienses que has encontrado a “Mr. Right”. Ciertas de estas hormonas son la dopamina que se hace cargo de darte una sensación de bienestar frente a la presencia de tu enamorado; los estrógenos que te hacen sentir deseo por él y la serotonina y oxitocina que estrechan nudos sensibles, o sea, son las responsables de que únicamente estés concentrada en este hombre y en ninguno más. De esta manera, tu cerebro riega –por llamarlo de esta manera-, mediante tu torrente sanguíneo una cantidad muy superior de estas hormonas a la que sería normal, esto es más o menos unas setecientos veces más que lo regular. Suficiente para freír cualquier cabeza tal como huevo en sartén, ¿no? Entonces, literalmente y no de forma simbólica, te vuelves desquiciada a lo largo del enamoramiento.

Y ¿qué es lo peligroso de esto?

Quizás te preguntes. Puedes defenderte diciendo: “Pero sentirte de esta manera es fenomenal, lo mejor que uno puede vivir”. Y llevas razón, en parte. El inconveniente reside exactamente en el nivel tan impactante que provoca este coctel químico, pues es posible entonces que estas sensaciones agradables impidan que veas la realidad. ¿Cuál realidad? La que te afirma, sin duda, quién es la otra persona. ¿No te ocurre que tras un tiempo, empiezas a apreciar que el hombre del que te enamoraste o bien escogiste, no es el que acostumbraba a ser? Prácticamente tal y como si te lo hubiesen alterado por otro. Entonces empiezas a meditar cosas como: “¿Exactamente en qué instante ocurrió ese cambio? Él no era de esta forma, ya antes era distinto”. No obstante esto no es cierto, pues la persona siempre y en todo momento ha sido exactamente la misma, desde el instante en que la conociste, únicamente que no eras capaz de ver su real personalidad debido a la ceguera química del enamoramiento. Como tras un tiempo (de unos seis a dieciocho meses), el cerebro deja de bombear tal cantidad de hormonas, comienzas a ver lo que sí hay. Dejas de enamorarte. Ahora, ¿se puede vivir el enamoramiento sin insensatez? Temo que la respuesta es no, no se puede. Siempre y cuando caigamos en enamoramiento vamos a trastornarnos, esa es su función. No obstante, lo que sí se puede supervisar es el grado de ceguera que sostenemos en este. Por el hecho de que contrario a lo que muchos “enamorahólicos” creen, puedes vivir un enamoramiento intenso y apasionado de forma –más o bien menos-, prudente y acecha, lo que es indispensable para no escoger mal a tu hombre. Y lo precedente se puede hacer cuando entiendes que, aunque la razón química es una razón esencial para hacer una elección inapropiada, es únicamente la mitad de la ecuación. Hay otras razones a fin de que te confundas al seleccionar a un hombre y que, unidas al coctel químico, cierran la pinza de un posible sufrimiento con una pareja bien poco o bien nada recomendable.

Viejas ideas y paradigmas, las razones mentales

Está claro que todas y cada una de las personas tomamos resoluciones en el presente permeadas por nuestro pasado. Y el caso de la elección de pareja no es la salvedad. Cuando escoges a un hombre y caes en el enamoramiento, se desatan viejas ideas sobre de qué forma han de ser las relaciones y de qué manera es el género de hombre que va a hacer realidad ello. Muchas de estas ideas con el tiempo acaban transformándose en paradigmas, o sea, caminos mentales que la persona prosigue sin apenas cuestionarse si son convenientes o bien no. Los paradigmas no obstante deben estar en incesante renovación y cambio, esto es que deben adecuarse a las situaciones actuales de tu vida o bien corres el peligro de encerrarte en una habitación recia y también inflexible.

Cuando escoges mal a una pareja prácticamente siempre y en todo momento es el desenlace de que dichos paradigmas –disfuncionales ya-, se han vuelto una trampa. Durante mi trabajo he podido apreciar muchas ideas transformadas en paradigmas que llevan a inapropiadas uniones cariñosas de una parte de una mujer con un hombre. Así que no te dejes engañar por tí misma y recuerda que no siempre escogerás mal ni es un defecto que hay en tí.